Santa Joana dels escorxadors
El sabado pasado fuí a ver Santa Joana dels escorxadors, Santa Juana de los carniceros, para los hispanoparlantes, al Teatre Lliure de Montjuic. Se trata de una obra de Bertol Brecht, dirigida por el polémico Alex Rigola (Julius Cesar). El problema esque existe entorno de la obra una especie de halo de polémica, incorrección e intelectualismo que desaparece a los pocos minutos (30 más o menos). Suele pasar cuando se intenta ir de critico y a la vez de vendedor. La obra es ciertamente original. Existen unos planteos y una puesta en escena suficientemente arriesgados y originales como para dotar a la obra de cierta calidad que merma, sin embargo, cuando se pasa a un plano de reflexión post-estética.
Tras un excelente, confuso y desconcertante inicio, el espectador para unos minutos (la media hora que cuesta adaptarse al ritmo de la obra) antes de establecer una empatía con la esencia de la obra. No se trata de una obra de detalle, aquí no importan los dialogos, las acciones, y las reacciones, lo que importa es todo el conjuntos: las voces, las luces, la música, los mil movimientos, las pantallas, los letreros luminosos, los espacios, las velocidades... Si se pierde uno en los detalles se pierde la obra. Hay que dejar de escuchar los dialogos para ewscuchar las voces, que se funden con el ruido para crear un cuadro general. Si la obra fuese un cuadro, las acciones serían colores, y los minutos pinceladas. Así, el pintor mezcla los colores sin parar, cambia de ritmo y dirección una y otra vez, toma prestadas mil tecnicas para crear un caos milimetricamente estudiado y monstruosamente programado para generar emociones. Así, contorsionistas, bailarines, músicos, obreros, revolucionarios, empresas, corbatas, empresarios, vacas, dj's, imagenes, sonidos, ropas y desnudos se mezclan para impactar en un solo acto a un público que no tiene más remedio que subirse a esta nueva forma de crear teatro y partícipar en la epica de la revolución, y así ser victima y complice del caos deshumizador de la trepidante economía capitalista de el todopoderoso y omnipotente dios del siglo XXI: WallStreet.
En pocas palabras: un videoclip de teatro, coon todas sus ventajas y sus inconvenientes, y, a pesar de todo, igual victima de la MTV que cualquier videoclip.
Pero no todo podía ser bueno, y es una lástima que una obra con tanto potencial se vea reducida a un cuento naíf que no llega a provocar las sensaciones que podría generar. No hay malestar, y el único momento en que se manifiesta un ligero malestar es hacía el final y climax de la obra, mientras los tiburones se despellejan en su jaula mientras el mundo se vuelve loco a su alrededor y los antidisturbios empiezan a pegar tiros.
La interpretación era más que decente a pesar de a su nefasta protagonista y de que varías personas acabaron preguntandose si le bajarían los pantalones a la ranchera de Illinois. Y aparte el discurso naif, la evidencia de las exposiciones (que llegaba a avergonzar en algunos momentos) y lo tarde que se adopta la figura de una juana de arco genialmente incomprendida (tiene que ser un personaje el que aclare la metafora) lo peor que se puede decir de la obra es sobre su mala elección músical. Aquí el autor pretende modernizar el discurso de la canción protesta: actualizar el concepto de canción reivindicativa de los años 60 estadounidenses. Por eso el elegir a The Black Eyed Peas y Linkin Park como representantes de este concepto es una opción nunca imaginada por cualquier conocedor de la música actual. Es cierto que en sus videoclips aparecen escenas de rebeldía (más própias de un anuncio de Nike que otra cosa) y que contienen esa epica tan presente en la obra pero no por ello debemos olvidar de que nos encontramos con canciones de dos bandas prefabricadas, hechas para gustar, que colapsan el mercado comercial de un genero que se ahoga en su deshumanización (hecho que critica la obra). No se trata, como podría parecer al principio, de una burla sutíl, o de un engaño a un público complice...no. Se trata de buscar algo que conozca la gente y que encaje con la protesta de la obra. Por eso creo que pierde en este punto la obra: cae en su própia trampa. Consume lo que critica consumir. Que todo el mundo bote con linkin park, criticando al McDonalds, pero llevando puestas unas adidas, y saltando al ritmo de la moda programada para saltar no me parece el mensaje de humanización y libertad más adecuado. Más bien rozando lo hipocrita. Pero ya sabemos todos el poder de la dualidad que tanto afecta a nuestros actos...
Tras un excelente, confuso y desconcertante inicio, el espectador para unos minutos (la media hora que cuesta adaptarse al ritmo de la obra) antes de establecer una empatía con la esencia de la obra. No se trata de una obra de detalle, aquí no importan los dialogos, las acciones, y las reacciones, lo que importa es todo el conjuntos: las voces, las luces, la música, los mil movimientos, las pantallas, los letreros luminosos, los espacios, las velocidades... Si se pierde uno en los detalles se pierde la obra. Hay que dejar de escuchar los dialogos para ewscuchar las voces, que se funden con el ruido para crear un cuadro general. Si la obra fuese un cuadro, las acciones serían colores, y los minutos pinceladas. Así, el pintor mezcla los colores sin parar, cambia de ritmo y dirección una y otra vez, toma prestadas mil tecnicas para crear un caos milimetricamente estudiado y monstruosamente programado para generar emociones. Así, contorsionistas, bailarines, músicos, obreros, revolucionarios, empresas, corbatas, empresarios, vacas, dj's, imagenes, sonidos, ropas y desnudos se mezclan para impactar en un solo acto a un público que no tiene más remedio que subirse a esta nueva forma de crear teatro y partícipar en la epica de la revolución, y así ser victima y complice del caos deshumizador de la trepidante economía capitalista de el todopoderoso y omnipotente dios del siglo XXI: WallStreet.
En pocas palabras: un videoclip de teatro, coon todas sus ventajas y sus inconvenientes, y, a pesar de todo, igual victima de la MTV que cualquier videoclip.
Pero no todo podía ser bueno, y es una lástima que una obra con tanto potencial se vea reducida a un cuento naíf que no llega a provocar las sensaciones que podría generar. No hay malestar, y el único momento en que se manifiesta un ligero malestar es hacía el final y climax de la obra, mientras los tiburones se despellejan en su jaula mientras el mundo se vuelve loco a su alrededor y los antidisturbios empiezan a pegar tiros.
La interpretación era más que decente a pesar de a su nefasta protagonista y de que varías personas acabaron preguntandose si le bajarían los pantalones a la ranchera de Illinois. Y aparte el discurso naif, la evidencia de las exposiciones (que llegaba a avergonzar en algunos momentos) y lo tarde que se adopta la figura de una juana de arco genialmente incomprendida (tiene que ser un personaje el que aclare la metafora) lo peor que se puede decir de la obra es sobre su mala elección músical. Aquí el autor pretende modernizar el discurso de la canción protesta: actualizar el concepto de canción reivindicativa de los años 60 estadounidenses. Por eso el elegir a The Black Eyed Peas y Linkin Park como representantes de este concepto es una opción nunca imaginada por cualquier conocedor de la música actual. Es cierto que en sus videoclips aparecen escenas de rebeldía (más própias de un anuncio de Nike que otra cosa) y que contienen esa epica tan presente en la obra pero no por ello debemos olvidar de que nos encontramos con canciones de dos bandas prefabricadas, hechas para gustar, que colapsan el mercado comercial de un genero que se ahoga en su deshumanización (hecho que critica la obra). No se trata, como podría parecer al principio, de una burla sutíl, o de un engaño a un público complice...no. Se trata de buscar algo que conozca la gente y que encaje con la protesta de la obra. Por eso creo que pierde en este punto la obra: cae en su própia trampa. Consume lo que critica consumir. Que todo el mundo bote con linkin park, criticando al McDonalds, pero llevando puestas unas adidas, y saltando al ritmo de la moda programada para saltar no me parece el mensaje de humanización y libertad más adecuado. Más bien rozando lo hipocrita. Pero ya sabemos todos el poder de la dualidad que tanto afecta a nuestros actos...
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