Sigo Vivo
Esta mañana desperté en un hospital. El alcohol aún corría por mis venas, no veía claramente y por más que busqué no hubo forma de encontrar mis gafas. Vino un joven con una bata blanca y volvió a preguntarme si tenía alguna alergia. Me pidió mi DNI y lo saqué con cuidado del bolsillo trasero de mis tejanos. Desapareció tras la cortina y pasaron varios minutos antes de que volviese. Antes entró una enfermera y me dijo que las personas que habían venido se habían marchado hacía media hora, cosa curiosa porque recordaba haber llegado en una ambulancia. No lo había visto, pero la había oído, y esos son los únicos recuerdos que pude procesar anoche. Volvió a entrar el joven y me animó a ir al baño, cosa que hice a gusto por mucho que me costase incorporarme y caminar en linea recta hasta la puerta de los servicios. Él se quedó en la puerta mientras yo meaba y me lavaba la cara. Necesitaba el agua fresca de ese grifo gastado, necesitaba pasármela por la cara para poder ver si reconocía ese rostro difuso al otro lado del espejo. Me agarré con fuerza a la pica y mantuve la mirada hasta que, abriendo la puerta, me preguntaron si ya estaba. Volví hasta mi cama pero esta vez me senté en una silla que había al lado de la mesita donde se encontraba mi chaqueta y mi carnet de identidad. Ahora fue un hombre de edad el que abrió la cortina, equipado con su bata blanca. Reiteró en el empeño general para saber si tenía algún tipo de alergia y yo simplemente le dije que tenía reacciones alérgicas cutáneas debido al estrés, cosa que remediaba, dependiendo de las temporadas, con Antarax. Se fue, dejando esta vez la cortina descorrida, y pocos minutos más tarde volvía el joven para indicarme la salida. Lentamente, me incorporé, guardé mi DNI, me puse mi arrugada chaqueta y pregunté por mis gafas. No sabía nada. Me acompañó unos sorprendentes pocos pasos hasta la salida, me señaló la estatua de colón y me dejó ir, haciendo eses. Era una soleada mañana... un domingo por la mañana, cuanto hacía que no me paseaba un domingo por la mañana? Me puse las gafas de sol que encontré en el bolsillo de la chaqueta y me tambaleé como pude hacia la estatua de Colón. No sabía donde estaba, pero aún así seguí caminando. Y seguí caminando una vez encontré las Ramblas, y las subí a pié, en silencio, buscando en mis bolsillos el tabaco. No encontraba el paquete de Winston, así que me conformé con abrir el de Pal Mall que tenía por abrir. tampoco encontré mi mechero bic así que paré en un kiosko para comprarlo. 1 euro. No había ni un alma en la calle, y pocos transeúntes me encontré por el camino... ni tan siquiera tenía que pararme en los semáforos. Donde estaba todo el mundo? No me importaba. Caminaba haciendo eses, con mis gafas de sol azules y sin graduar, con una coleta mal hecha, sin afeitar, con un cigarrillo colgando de los labios, la camiseta manchada del vomito de anoche y una larga chaqueta negra de cuero completamente arrugada. Me miré a las manos, cuando ya estaba a la altura de Aragón con Urgel, intentando localizar un pinchazo en alguno de mis dedos, uno de los pocos recuerdos de ayer noche, cuando me tumbaron en la cama, también recuerdo que me pusieron una pinza en otro dedo y me colocaron un manguito en el biceps de esos que se utilizan para medir la tensión. Finalmente localicé un casi imperceptible punto rojo en el dedo índice de mi mano izquierda, que fue en la misma en que me colocaron la pinza. Traté, en lo que me quedaba de camino, de reconstruir los acontecimientos, aunque nunca se me han dado bien los puzzles y contando que la única herramienta sensorial que me funcionaba en aquella situación era el oído. Recordé que a las once estaba en mi casa, tumbado en el sofá, escuchando a los Nine Inch Nails, con un vaso de leche relleno de tequila y con un purito café crème. Luego me calcé y salí de casa... el resto se volvió borroso. El primer bar, el segundo bar, cervezas, copas, más cervezas, más copas, el estomago vacío... Todo estaba preparado para que, cuando me encontraba en la calle, rodeado de gente a la que solo podía identificar por las voces, sin ponerse de acuerdo sobre tumbarme o dejarme con la cabeza erguida, pensase que ya había tocado fondo. Más o menos me hice una idea sobre lo que pasó y cuando subí en el ascensor y me deshice la coleta, me dí cuenta de que la goma que utilizaba para sujetar el pelo no era mía. Tendría que preguntarle a alguien que es lo que pasó realmente, pero mientras, me eché en el sofá y me dormí deseando que todo hubiese sido un mal sueño.
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