Nadar en el olvido
Enciendo un cigarrillo mientras me siento en un banco, cerca de la playa del trstemente conocido pueblo Castelldefels. Una vez vi una imagen que definiría a este pueblo: había un nuevo bar que prentendía ser vanguardísca, con un mobiliario digno de Vinçon, una decoración minimalista y una predominancia de colores claros (blanco y beige), lo que vulgarmente se conoce como modernetes. Parecía pedir a gritos que artístas con boinas y puritos cafe creme y otra beautiful people fuesen a setarse en sus sillas y a pedir un martini, o algo parecido. En vez de eso, su cliente era la señora maría: una señora que pasa de los cincuenta años, con el pelo rizado y algún rulo colgando en la parte trasera (es auténtico: lo ví con mis propios ojos) y una bata de cuadros azules y blancos. Ver a aquella señora riendo y gritando para saludar a sus amigas que pasaban por la calle parecía justificar la cara de un pobre camarero, que tal vez esperase encontrarse con otro tipo de cliente. Sé que es una imagen un poco cruel, porque... quienes somos nosotros para decicidir donde puede o no ir esa señora? Sea como fuese, imaginaos el cuadro. Eso es Castelldefels. Pero yo estaba lejos del pueblo, y tampoco había nadie en la playa: era noviembre y el cielo tomaba tonos plomizos. El viento era ensordecedor y el mar rompía con fuerza contra la fina arena de la costa. Es un cuadro deprimente, pero tiene su encanto, y este reside en el hecho de saber que no hay nadie. No tardó en caer una fina llúvia y al rato pagué el cigarrillo. Nadie sabía que estaba ahí. tenía ganas de acercarme al mar, penetrar en él y no salir nunca más. Desaparecer. Alguien hablaría de mí cuando hubiese desaparecido? No importa. Nadie hablará de mí, ni del bar ese del pueblo, ni de la señora maría ni del president de la generalitat. Que más da dejarlo todo y migrar hacía otra parte, lejos de escenarios conocidos, rosotros conocidos y lazos afectivos? No es que acabase de darme cuenta de lo arraigados que estamos en un territorio: amigos, amantes, familia, trabajo, proyectos, sueños, ilusiones... pero en ese momento me entraron ganas de dejarlo todo: huír bien lejos, que nadie nunca supiese donde he ido. Tal vez a Buenos Aires, o a Nueva Orleans... suficientemente lejos como para empezar de nuevo, para poder huír seguidamente de ese lugar para volver a empezar... y así sucesivamente. Tal vez tanto cambio acabase por minar mi esencia como persona: son nuestras raíces las que nos definen, no? Tal vez estubiese condenandome a ser olvidado... Y que más da. Que es lo que realmente importa de mi vida como para necesitar ser recordado a toda costa. Tengo miedo de que si se me olvida pierda mi identidad? Quién soy yo? Soy la imagen que tienen los demás de mí? En que me con vierto si no puedo verme reflejado en los recuerdos de otra persona? Preguntas y más preguntas... tengo ganas que se disuelvan en el agua en cuanto me ponga a nadar en el mar del olvido.
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