Los monstruos son las pesadillas de nuestra epoca (Documento recuperado 2002-3, extraido de "Notas de un cualquier y un par de relatos mas")
Los monstruos son las pesadillas de nuestra época.
Cada elemento de nuestros sueños es el deforme reflejo de nuestra realidad, de nuestros temores, de nuestras preocupaciones, ambiciones, carencias, fantasías
Cada día entramos en un nuevo mundo, un mundo poblado de nuestros más ocultos secretos.
Una pesadilla
No sé como he llegado a este lugar. Solo sé que aquí estoy, y que he de asumir este hecho. Avanzo, haciendo crujir el suelo de madera. Estoy abriéndome paso entre polvorientos y carcomidos muebles, la mayoría de ellos cubiertos por sabanas blancas, igualmente polvorientas.
Avanzo sin limite alguno, por un pasaje infinito, entre estos antiguos muebles de madera. No veo el final de mi camino. Solo sé que paredes son las que determinan mis costados. No miro a mis espaldas, tal es el funcionamiento de los sueños.
La sala está iluminada por débiles oscilaciones de vela, pues no se filtra la luz por las tapiadas ventanas. Sé que acaba de anochecer, no sé, por el contrario, que se encuentra tras esas paredes. Solo un enorme nada, una nada como la propia muerte.
Me paro frente a un piano (o por lo menos parece que hay un piano bajo esa sabana) y miro una caja de plata que se encuentra sobre él. La cojo con ambas manos. Cuando la acerco a mi cara, se abre. Es una caja de música, con la figura de una bailarina que empieza a dar vueltas al son de la música metálica de la caja. El mundo empieza a dar vueltas alrededor de mí. Da las mismas vueltas que la bailarina.
No sé cuanto tiempo hace que la habitación da vueltas, que el mundo voltea a mí alrededor, cuando veo un anillo de oro en la base donde baila la figura. Cuando lo cojo, todo vuelve a su quietud habitual. Todo para con un grito coronando la acción. Un grito de dolor, de sufrimiento. Proviene de una puerta. Una puerta que antes no estaba allí. El resto de la habitación tampoco estaba allí.
Abro la puerta. Tengo que cerrar los ojos, molesto por la intensidad de la anaranjada luz eléctrica que desprende la habitación contigua. Una vez que acostumbro mis ojos, veo dos figuras, dos niñas, de quienes debieron provenir los chillidos, pero que ahora solo emiten risas. Avanzo. Mi intención es acercarme a ellas, pero me llama la atención un secretaire a mi izquierda, lo suficiente como para hacerme cambiar de rumbo e intención.
Miro entre los papeles. No hay nada escrito en ellos. Son papeles llenos de información, repletos de líneas y líneas de tinta, pero en los que no hay nada escrito. Solo un elemento resulta coherente. Es una fotografía, amarillenta por el tiempo, en blanco y negro, con los bordes quemados. En ella se encuentra retratada una familia. Un hombre alto y robusto, dotado de una espesa barba negra parece encabezar la familia, a su lado se encuentra una discreta mujer con una cara que parece que su rostro haya adquirido los rasgos de su discreta sumisión y, delante de ellos, dos niñas, gemelas. Toda la familia tiene la misma expresión fría del vacío, de la muerte
Hay algo que me llama especialmente la atención de la fotografía, es un anillo dorado (intuídamente dorado) en la mano del cabeza de familia idéntico al que encontré en la caja de música y que ahora se encuentra en mi dedo. Un chillido de las niñas. Estas lloran sangre en la fotografía, que se desvanece entre mis dedos. Busco la puerta para salir. Ya no hay puerta. Las niñas me están mirando, en silencio.
Sus miradas están fijas en mi. GRITO. No puede ser Sus rostros son como cristales rotos. La misma imagen, dividida en varias. Se levantan. Dejan caer una muñeca al suelo. Son dos jóvenes vestidas con hábitos de monja, y se dirigen hacia mí. Ríen, lloran, gimen, sollozan, gritan, hablan Todo a la vez, sin mover las bocas, fijas en sus pétreos semblantes.
Se acercan cada vez más. No puedo soportarlo. No hay salida. Un laberinto de una sola habitación Todo da vueltas. Algo malo ha pasado. Algo horrible. Algo que no se puede nombrar.
Ya casi están sobre mí. Tropiezo, caigo, rompo un espejo en mi caída. En el suelo, miro lo que queda en el espejo. Veo mi cara. Mi misma cara repetida varias veces. Una barba negra. No es mi cara o si?
Ya están sobre mí. Han abierto sus bocas, fragmentadas como sus caras, ornamentadas con decenas de afilados dientes. Las acercan hacia mi cuello. No hay tiempo para las lamentaciones
Es lo último que veo Luego, todo se vuelve rojo Luego, negro
No Time to Cry Cradle of Filth/Sisters of Mercy
Cada elemento de nuestros sueños es el deforme reflejo de nuestra realidad, de nuestros temores, de nuestras preocupaciones, ambiciones, carencias, fantasías
Cada día entramos en un nuevo mundo, un mundo poblado de nuestros más ocultos secretos.
Una pesadilla
No sé como he llegado a este lugar. Solo sé que aquí estoy, y que he de asumir este hecho. Avanzo, haciendo crujir el suelo de madera. Estoy abriéndome paso entre polvorientos y carcomidos muebles, la mayoría de ellos cubiertos por sabanas blancas, igualmente polvorientas.
Avanzo sin limite alguno, por un pasaje infinito, entre estos antiguos muebles de madera. No veo el final de mi camino. Solo sé que paredes son las que determinan mis costados. No miro a mis espaldas, tal es el funcionamiento de los sueños.
La sala está iluminada por débiles oscilaciones de vela, pues no se filtra la luz por las tapiadas ventanas. Sé que acaba de anochecer, no sé, por el contrario, que se encuentra tras esas paredes. Solo un enorme nada, una nada como la propia muerte.
Me paro frente a un piano (o por lo menos parece que hay un piano bajo esa sabana) y miro una caja de plata que se encuentra sobre él. La cojo con ambas manos. Cuando la acerco a mi cara, se abre. Es una caja de música, con la figura de una bailarina que empieza a dar vueltas al son de la música metálica de la caja. El mundo empieza a dar vueltas alrededor de mí. Da las mismas vueltas que la bailarina.
No sé cuanto tiempo hace que la habitación da vueltas, que el mundo voltea a mí alrededor, cuando veo un anillo de oro en la base donde baila la figura. Cuando lo cojo, todo vuelve a su quietud habitual. Todo para con un grito coronando la acción. Un grito de dolor, de sufrimiento. Proviene de una puerta. Una puerta que antes no estaba allí. El resto de la habitación tampoco estaba allí.
Abro la puerta. Tengo que cerrar los ojos, molesto por la intensidad de la anaranjada luz eléctrica que desprende la habitación contigua. Una vez que acostumbro mis ojos, veo dos figuras, dos niñas, de quienes debieron provenir los chillidos, pero que ahora solo emiten risas. Avanzo. Mi intención es acercarme a ellas, pero me llama la atención un secretaire a mi izquierda, lo suficiente como para hacerme cambiar de rumbo e intención.
Miro entre los papeles. No hay nada escrito en ellos. Son papeles llenos de información, repletos de líneas y líneas de tinta, pero en los que no hay nada escrito. Solo un elemento resulta coherente. Es una fotografía, amarillenta por el tiempo, en blanco y negro, con los bordes quemados. En ella se encuentra retratada una familia. Un hombre alto y robusto, dotado de una espesa barba negra parece encabezar la familia, a su lado se encuentra una discreta mujer con una cara que parece que su rostro haya adquirido los rasgos de su discreta sumisión y, delante de ellos, dos niñas, gemelas. Toda la familia tiene la misma expresión fría del vacío, de la muerte
Hay algo que me llama especialmente la atención de la fotografía, es un anillo dorado (intuídamente dorado) en la mano del cabeza de familia idéntico al que encontré en la caja de música y que ahora se encuentra en mi dedo. Un chillido de las niñas. Estas lloran sangre en la fotografía, que se desvanece entre mis dedos. Busco la puerta para salir. Ya no hay puerta. Las niñas me están mirando, en silencio.
Sus miradas están fijas en mi. GRITO. No puede ser Sus rostros son como cristales rotos. La misma imagen, dividida en varias. Se levantan. Dejan caer una muñeca al suelo. Son dos jóvenes vestidas con hábitos de monja, y se dirigen hacia mí. Ríen, lloran, gimen, sollozan, gritan, hablan Todo a la vez, sin mover las bocas, fijas en sus pétreos semblantes.
Se acercan cada vez más. No puedo soportarlo. No hay salida. Un laberinto de una sola habitación Todo da vueltas. Algo malo ha pasado. Algo horrible. Algo que no se puede nombrar.
Ya casi están sobre mí. Tropiezo, caigo, rompo un espejo en mi caída. En el suelo, miro lo que queda en el espejo. Veo mi cara. Mi misma cara repetida varias veces. Una barba negra. No es mi cara o si?
Ya están sobre mí. Han abierto sus bocas, fragmentadas como sus caras, ornamentadas con decenas de afilados dientes. Las acercan hacia mi cuello. No hay tiempo para las lamentaciones
Es lo último que veo Luego, todo se vuelve rojo Luego, negro
No Time to Cry Cradle of Filth/Sisters of Mercy
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