Ocuridad (Documento recuperado 2002, Extraido de "Notas de un cualquiera y un par de relatos mas")
Oscuridad
Abro los ojos. Es la segunda vez desde que he nacido. Bueno, es un decir. Solo hace dos días que soy consciente de que existo. El pasado no es más que un vacío en mi memoria. Dios, no es muy correcto decirlo, porque estoy en la misma sala oscura desde que soy consciente. Pero solo el hecho de saber que existe el día me hace saber que hay algo más allá de estos muros, algo a lo que pertenecía.
Intento moverme. Imposible. Una camisa de fuerza retiene hábilmente mis brazos, previniendo cualquier uso de ellos. Bueno, aparte vestir una camisa que cruza los brazos ante mi pecho, en contra de mi voluntad, siento también que visto unos incómodos pantalones de tela. Digo que los siento vestir porque aquí dentro la oscuridad es tal que no puedo usar los ojos para nada. Pero el saber que deberían servir es otra señal de que en algún momento de mi pasado los usé. Aunque también podría deberse a los instintos innatos
Me duele todo el cuerpo. Ayer aparecieron, no se como, dos hombres. Podían verme en la oscuridad. Me pegaron, patalearon y embistieron. No podía defenderme. Acabé asemejándome a una masa amorfa de carne y sangre (o por lo menos eso sentí). Pero la cara no me la tocaron. La herida que se encuentra en la comisura de mis labios solo se debe a una mala caída que padecí.
De repente, oigo a mi derecha el crujiente sonido del girar de una llave en una oxidada cerradura. Me vuelvo, más ansioso que temeroso, hacia el lugar donde se origina ese metálico sonido. Abro bien los ojos.
Se abre una puerta. Grito de dolor. La blanquecina luz me quema los ojos antes de que mis párpados puedan protegerme. Me retuerzo, tirado en el suelo, con los ojos cerrados.
Noto uñas, manos que me cogen por los hombros y me levantan. Salgo, a ciegas, de la habitación, arrastrado por dos corpulentos hombre que me conducen por un angosto pasillo.
No me gusta como huele. Es ese horrible olor de esterilización de los hospitales. Nos paramos. Oigo como se abre una puerta. Entramos.
Me colocan una mascara. Ahora hay tres hombres y una mujer. Les oigo hablar. Es una lengua que me resulta extraña y que no llego a comprender.
Noto un golpe de puño en mi vientre y me doblo, sin aire, hacia delante. Otro golpe, esta vez de codo, en la nuca me hace caer cuan largo soy. Estoy mareado y débil. Incapaz de volverme a levantar. Cuando noto que la presión de la camisa de fuerza disminuye, debido a unas manipulaciones, en mis espaldas, de alguno de los presentes, no puedo reprimir un sentimiento de nauseas y echar de mi interior lo poco (o nada) que hay. Es asqueroso, pero no me doy cuenta, estoy demasiado mareado y débil. Ahora las voces se convierten en gritos. De desagrado, supongo
Me quitan la camisa y los pantalones. Me empujan contra una fría pared de mármol (o algo parecido). Intento ponerme en pie, recostado contra la pared. Desnudo e indefenso.
Antes también estaba indefenso, pero la desnudez provoca tal humillación que hace que nos sintamos más desvalidos todavía. A esto debemos sumarle, claro está, el hecho de que tampoco puedo ver lo que acontece a mi alrededor.
Oigo el chirriante girar de alguna especie de manivela. Oigo el gorgoteo de agua. Me imagino lo peor. Evidentemente. Noto, con dolor, la punzante presión de un chorro de agua helada contra mi débil constitución. No puedo decir cuanto tiempo estoy ahí, pero me parece una eternidad.
El chorro a presión cesa, de repente. Tirito de frío. Las gotas que se deslizan por mi cuerpo me producen continuos escalofríos. El pelo que sale por las comisuras de la mascara también se ha mojado, y es realmente molesto. Intento, entonces, abrir los ojos. Me encuentro oscuridad
La máscara lleva tapadas las aperturas correspondientes a los ojos. Me duele la piel, me duelen los músculos, me duelen los huesos me duele todo.
No vale la pena vivir cuando todo es dolor. Llevo demasiado poco tiempo consciente como para lamentar la perdida de una vida de dolor.
Abro los ojos. Es la segunda vez desde que he nacido. Bueno, es un decir. Solo hace dos días que soy consciente de que existo. El pasado no es más que un vacío en mi memoria. Dios, no es muy correcto decirlo, porque estoy en la misma sala oscura desde que soy consciente. Pero solo el hecho de saber que existe el día me hace saber que hay algo más allá de estos muros, algo a lo que pertenecía.
Intento moverme. Imposible. Una camisa de fuerza retiene hábilmente mis brazos, previniendo cualquier uso de ellos. Bueno, aparte vestir una camisa que cruza los brazos ante mi pecho, en contra de mi voluntad, siento también que visto unos incómodos pantalones de tela. Digo que los siento vestir porque aquí dentro la oscuridad es tal que no puedo usar los ojos para nada. Pero el saber que deberían servir es otra señal de que en algún momento de mi pasado los usé. Aunque también podría deberse a los instintos innatos
Me duele todo el cuerpo. Ayer aparecieron, no se como, dos hombres. Podían verme en la oscuridad. Me pegaron, patalearon y embistieron. No podía defenderme. Acabé asemejándome a una masa amorfa de carne y sangre (o por lo menos eso sentí). Pero la cara no me la tocaron. La herida que se encuentra en la comisura de mis labios solo se debe a una mala caída que padecí.
De repente, oigo a mi derecha el crujiente sonido del girar de una llave en una oxidada cerradura. Me vuelvo, más ansioso que temeroso, hacia el lugar donde se origina ese metálico sonido. Abro bien los ojos.
Se abre una puerta. Grito de dolor. La blanquecina luz me quema los ojos antes de que mis párpados puedan protegerme. Me retuerzo, tirado en el suelo, con los ojos cerrados.
Noto uñas, manos que me cogen por los hombros y me levantan. Salgo, a ciegas, de la habitación, arrastrado por dos corpulentos hombre que me conducen por un angosto pasillo.
No me gusta como huele. Es ese horrible olor de esterilización de los hospitales. Nos paramos. Oigo como se abre una puerta. Entramos.
Me colocan una mascara. Ahora hay tres hombres y una mujer. Les oigo hablar. Es una lengua que me resulta extraña y que no llego a comprender.
Noto un golpe de puño en mi vientre y me doblo, sin aire, hacia delante. Otro golpe, esta vez de codo, en la nuca me hace caer cuan largo soy. Estoy mareado y débil. Incapaz de volverme a levantar. Cuando noto que la presión de la camisa de fuerza disminuye, debido a unas manipulaciones, en mis espaldas, de alguno de los presentes, no puedo reprimir un sentimiento de nauseas y echar de mi interior lo poco (o nada) que hay. Es asqueroso, pero no me doy cuenta, estoy demasiado mareado y débil. Ahora las voces se convierten en gritos. De desagrado, supongo
Me quitan la camisa y los pantalones. Me empujan contra una fría pared de mármol (o algo parecido). Intento ponerme en pie, recostado contra la pared. Desnudo e indefenso.
Antes también estaba indefenso, pero la desnudez provoca tal humillación que hace que nos sintamos más desvalidos todavía. A esto debemos sumarle, claro está, el hecho de que tampoco puedo ver lo que acontece a mi alrededor.
Oigo el chirriante girar de alguna especie de manivela. Oigo el gorgoteo de agua. Me imagino lo peor. Evidentemente. Noto, con dolor, la punzante presión de un chorro de agua helada contra mi débil constitución. No puedo decir cuanto tiempo estoy ahí, pero me parece una eternidad.
El chorro a presión cesa, de repente. Tirito de frío. Las gotas que se deslizan por mi cuerpo me producen continuos escalofríos. El pelo que sale por las comisuras de la mascara también se ha mojado, y es realmente molesto. Intento, entonces, abrir los ojos. Me encuentro oscuridad
La máscara lleva tapadas las aperturas correspondientes a los ojos. Me duele la piel, me duelen los músculos, me duelen los huesos me duele todo.
No vale la pena vivir cuando todo es dolor. Llevo demasiado poco tiempo consciente como para lamentar la perdida de una vida de dolor.
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