Tonos grises en un día soleado de verano
Abran paso al gran apostador de caballos! al jugador de poker que perdió en su última partida, apostándolo todo con un farol, al jugador de ajedrez abrumado por acabar de perder la reina y que vio que su sólida partida se desmoronaba ante los rápidos e inteligentes movimientos de su adversario. Tal vez fuesen inteligentes, o simplemente fuese la interpretación de una intuición acertada. Como dejó que se diese esa situación? No lo sabe ni él. La cosa se fue paulatinamente desmoronando. Ahora no podía prescindir del alcohol, de caer rendido hasta dejar de sentir sus huesos. Conformándose con aquello que se dejaba tocar, volviendo a soñar con cielos que nunca podría alcanzar, estirado en una cama cuyas sabanas hacía meses que nadie cambiaba, consumiéndose poco a poco, como la ceniza del cigarrillo que iba cayendo sobre su barriga. No comía, no dormía, se pasaba horas hipnotizado delante del televisor, dejando que sus emisiones fuesen el único calor que lo alcanzaba.Cada día se despertaba con la misma firme intención de reconducir su vida hacia derroteros más agradables, pero al caer el día volvía a encontrarse en la misma situación, buscando en su bolsillo algunas monedas para poder pagarse el siguiente paquete de tabaco. Sus pocas incursiones al exterior consistían básicamente en conseguir provisiones cuando el hambre o el mono se hacían insoportables y para encontrar algún trabajo que le permitiese ese lujo.No tardó en ser perseguido por el banco: su crédito se había cancelado y lo buscaban por moroso, así que fue exiliado a las calles, su día pasaba de bar en bar, sentado delante de un café, una voll damm o cualquier otra bebida a la que consiguiese que le invitasen. A veces conseguía convencer a alguna chica para poder refugiarse en su casa algunos días, hasta que ella se cansara de él y viese que su intención no era otra que esperar a que el tiempo pasase.Una de tantas veces, andando desorientado por calles familiares que no reconocía del todo, el pasado acabó encontrándolo, él lo intentó evitar pero el otro fue más rápido. El pulso se le aceleró, los latidos de su corazón no le permitían escuchar siquiera sus propias palabras, menos aún las del otro. Su vista se nublaba y solo quería escapar: solo escapar. Finalmente pudo librarse de su presencia pero el pulso tardó más de una hora en volver a su sitio. Durante los siguientes días solía rememorar el suceso solo para comprobar como se le erizaban los pelos del brazo y se le ponía la piel de gallina.Le dolía enormemente pensar en ello, su lógica le pedía que desterrase esos pensamientos, pero por muy dolorosos que fuesen, se esforzaba por aferrarse a ellos. Tal vez porque le hacían sentir vivo, tal vez porque fue lo único auténtico que le había pasado en la vida.Abran pues el paso a este hombre, una sombra gris entre tantas sombras grises.
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Caronte -
Vassilaco -