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Spleen

Rumbo norte hacía el sur.

Miro la esfera de un reloj sin agujas. Jodidamente sobrio y sobradamente jodido en la sobriedad. No existe ningún refugio, porque siempre, siempre, el camino llega al mismo puerto. Nieva. A veces llueve. Mi alma está cada vez más desquiciada; quiero sacarmela de encima, rascar hasta que sangre... sentir el dolor que provoca el extirpar todo aquello que somos, fuimos y seremos. Nada se parece, nada es. Todo cambia? Y qué más da. Siempre la misma voz sin sentido, cargada de sabias palabras, de lógicas arcaícas, desfasadas, meditadas, vomitadas. Y en el centro se erige mi pene erecto, adornado con palpitantes venas a su alrededor. El orgullo de los leones, de los lobos, de las ovejas y de los antipodes. Miles de pollas con caras y ojos. Miles de pensamientos abortados, ilusiones rotas, sueños resquebrajados por la fricción de un susurro maternal. Bien pensado, no es maternal. Simplemente es un poco de cariño, encerrado a siete llaves en el corazón y enterrado allí donde nadie recuerda tu nombre. Tengo arcadas. Tengo fiebre. Tengo amor y semen. Lo vomito. Me lo como de nuevo, chupándolo del suelo. Vuelvo a vomitarlo. Nunca aprenderé. Nunca aprenderé a resistir esa mirada de odio. Me ha reconocido, con su barba de tres días y una futura barriga cervecera incúbandose en mi odio irracional. Odio su odio. Me ha reconocido. Tal vez me odie a mí mismo... NO! La culpa fue de ella. Puta. No te mereces otro nombre. Yo fui un cabrón, una mierda amorfa e innombrable, pero tu fuiste una furcia. Rompiste las palabras, helaste el aliento y la sangre en sus venas, y en las mías. Eramos niños jugándo ser adultos. Si nunca quisiste estar conmigo, porqué llamaste a mi puerta cuando mi esperanza cicatrizaba? Porqué me desnudaste si solo sentías asco cuando mis manos ensuciaban tu piel morena de niña de hoy? Solo hay negro en mis ojos, en mi boca, en mis dientes, en mi fetido aliento. No viste al monstruo... ni siquiera atisbaste a verle. Un saludo a medianoche. La angustía, el hambre y un cigarro por el camino. Me divertí? Porqué sigo durmiendo? Porqué no duermo ahora, hoy... por toda la eternidad? Estas palabras no valen una mierda, tú lo sabes, yo lo sé, él lo sabe... Más arcadas. Ahora es sangre. Siempre sangre. No hay forma de librarse de ella. La culpa siempre estará ahí. Más sangre en la ducha, en la esponja, en el cepillo de dientes y en el peine. Me disuelvo poco a poco, me caigo a pedazos. No conseguí librarme de mí alma. En su lugar, me quedé sin cuerpo.

Que te jodan.

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