Sin título
Espero mi turno en el rincón del miedo y del amor. Espero a que cesen los gritos, tapándome la cara, no sea que me vea arrollado por ellos. En un rincón donde todo es desconocido, donde la realidad se oculta tras un velo de odio y sangre. No vivímos, no morímos, y el silencio se rompe por el contínuo goteo de un grifo mal cerrado. Se aleja el amor, y sólo queda el odio, aferrado a mi cerebro como una garrapato, negándose a ir a menos que deje tras de sí una profunda herida. No hace falta vedr demasiado para dejar de ver lo que siempre estuvo allí. Tal vez duela menos cuando las piezas caígan sin sentido... porque el dolor ahí está, esperándo a que lo descubrámos, de la mano con el odiom amánte del traicionero amor. Las fuerzas se desvancesn, dejándome sólo con mi odio, con mi dolor, con mi sangre y con mi amor. Mientras, caen mis dientes, cansados ya de que mis encías se pudran, mi rostro se deforma, mi piel se agrieta y mis dedos caen poco a poco, de pura podredumbre. Ya sólo queda dejárle paso al horror. Quién sabe si tras la máscara hay realmente amor? O tal vez será el odio confundido, al que confundimos con otro. O ese otro al que confundí con odio, mal pensado, mal parido, mal digerido. Y las palabras se pierden, ahogadas en mi garganta, humilladas por mis dedos, mientras estos cometen el crimen de abusar de una verdad desnuda. Tan desnuda que tiene poco de verdad, como poco queda de belleza cuando esa chica se quitó el maquillaje. A veces, para no recordarlo, se deja puesto el maquillaje, día y noche, no sea que recuerde que su rostro yace tan marchito como el mío. Tal vez nunca causará tanto horror. Es posible que sea yo quién pudre todo lo que toca, o que me marchite poco a poco y solo sea capaz de ver muerte a mi alrededor. Es la mía? Es mi odio? Es mi amor? No es mi vida. Nunca lo ha sido. He sido yo, o tal vez no? Quién soy yo cuando me refugio en ese rincón? Quién soy yo cuando los ángeles pierden sus alas y mis dientes caen a la par que mis lágrimas? No lo sé ni lo sabré. Sigo vivo, sigo podrido, muriendo la muerte de otro sin saber que es la mía, sintiéndo que alguien vive mi vida sin saber que no es la suya. Cuando quiero darme cuenta, veo que soy yo, que amo mi odio, sin saber que ninguno de ellos me pertenece, porque son míos, igual que esos dientes manchados de sangra que brillan, amarillos, en el suelo de la habitación. En mi rincón... Olvidándome que estoy marchito, escondiéndo el maquillaje del cadaver de esa chica, que siempre pensó que vivía y no supo que su muerte fue la mejor vida que tuvo, porque su amor y su odio se dieron por vencidos, aplastados bajo la pintura, de un cuadro pintado para la eternidad. Mi cara no figura en él, ni mi horror, ni mi miedo... Fue pintado con mi sangre. La poca sangre oscura que pudieron sacarme cuando me dijeron que estaba bien. Viviré eternamente. Moriré eternamente. Mi principio, mi fín. Mi odio, mi amor. Mi horror, oculto en un rincón.
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