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Spleen

The Show Must Go On

Nunca tardan demasiado en llegar esos momentos dolorosos que siempre creemos que sólo les pasa a los demás. Aquello que creía que sería mi apoyo de por vida se acaba de quebrar en mil pedazos. Ya no queda nada... tras 20 años se ha esfumado de la mísma forma en que desaparecen ciudades enteras por culpa de un huracán. Los cimientos han cedido y ya nada volverá a ser como antes. Sin embargo hay que seguir adelante, la vida nos juega malas pasadas y nos las seguirá jugando hasta que nos hartemos. Son momentos en que uno se pregunta si vale realmente la pena vivir, seguir adelante con todo, seguir albergando ilusiones para ver como todo aquello que contruimos se desmorona una y otra vez. Sé que es muy naïf hablar de este tema a estas alturas, pero nunca lo habremos perdido todo, nunca tocaremos fondo, siempre nos quedará algo que perder. Y eso pasa porque aprendemos a amar, pero nunca pensamos en que todo aquello que amamos va a desaparecer. Nunca nos planteamos porque de ser así, nunca nos atreveríamos a amar, nos haríamos de piedra y dejaríamos que la vida pasase a nuestros lado sin siquiera tocarnos. La cuestión radica en considerar si debemos seguir viendo en la ruinas o echar vuelo hacía nuevos destinos que nos liberen de las cadenas de los recuerdos. No creo que valga la pena quedarse, al menos el alejamiento sería una forma de superar esa perdida y encontrar nuevas ilusiones. Es más facil hacerlo cuando tenemos algo sobre lo que apoyarnos, un lugar donde poder volver si nuestros pasos han sido equivocados... Pero ya no es así. Ya nada es así. Se acabó. Se acabó la seguridad, ese nucleo de fuerza que sabemos que nunca nos fallará, ese refugio donde cobijarnos cuando llega el mal tiempo. Hay razón para no odiar a quién antes amamos? Odiar por habernos privado de aquello que por naturaleza nos correspondía? Mundo cruel, si señor. Pero hay que seguir, debemos dar un paso tras otro aunque mil ostias nos esperen. Es así, pero no tiene por qué gustarme, ni tengo porque quedarme a salvar los restos de aquello que, al desaparecer, me ha privado de todo lo que soy. Hoy he aprendido que tendré que seguir adelante por mí mismo y por nadie más. Nunca nos acostumbraremos a la soledad... la soledad más rotunda y contundente que podemos conocer cuando hemos conocido una realidad que se ha roto como un espejo. Podemos pasar la mano del otro lado... pero ya no hay nada. Ni siquiera un reflejo al que agarrarse. Se acabó.

El rey ha muerto. Larga vida al rey.

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